9 de octubre de 2015

“TRABAJO DECENTE”. (Parte II) ¿Es posible ese tipo de trabajo bajo el Capitalismo?


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(Continuación)
(…) En este orden mundial imperialista, a los países atrasados se les adjudica la función de proveer de materias primas y mano de obra barata a las multinacionales. A cambio de sus recursos naturales y riquezas, éstas naciones reciben los productos elaborados que fabrican y comercializan las multinacionales. Es un intercambio absolutamente desigual ya que están cambiando productos con más horas de trabajo por otros con menos. Por si fuera poco, las multinacionales – al controlar el mercado mundial – fuerzas los precios de las materias primas aún más a la baja y multiplican así todavía más sus beneficios. El resultado es el empobrecimiento y endeudamiento constante de los países menos desarrollados y el sometimiento de toda la población mundial a la voluntad antidemocrática de unos pocos de archimillonarios.

Los ataques a la educación pública y a la sanidad, las privatizaciones de empresas estatales, como las eléctricas, el agua, los servicios, etc, son otros tantos síntomas de la decadencia de este sistema que tiende al monopolio global. El incipiente “Estado de Bienestar”, que no es otra cosa que el Derecho a una asistencia sanitaria universal y gratuira, a una educación pública de calidad, a un subsidio de desempleo, a la existencia de un salario mínimo, a una pensión decente y otros derechos básicos, fue una conquista del movimiento obrero que se nos está arrebatando.

La burguesía utilizó esa concesión que se había visto obligada a realizar en un momento determinado para alejar el fantasma de una revolución en los países avanzados durante décadas, así como para fomentar la idea de que el capitalismo había cambiado, que ya no era aquel sistema salvaje que obligaba a trabajar a los niños, que negaba el derecho a una vivienda digna, que negaba la  sanidad y educación públicas a la clase trabajadora y a sus familias, que los condenaba a largas y extenuantes jornadas laborales, con el método “manchesteriano de la cama caliente”.

Esto ha sido aceptado por muchos dirigentes de la clase obrera que hicieron suyo su mensaje; ya no tenía sentido luchar por otra sociedad sino que había que reformar ésta, limando las posibles imperfecciones que pudiese tener; se trataba de reivindicar una economía de mercado cada vez con más riqueza y justicia social, un capitalismo democrático y de “rostro humano”.

Ya hemos visto las jornadas de trabajo en aumento, los recortes de derechos sindicales y sociales, la extensión del empleo temporal o del trabajo infantil; también hemos analizado sus consecuencias dramáticas para la salud física y mental de los trabajadores. Todas estas condiciones (unidas a los ataques a la educación y sanidad públicas con recortes brutales) recuerdan los tiempos del capitalismo más salvaje.

La cuestión fundamental es comprender la causa de todas estas políticas y determinar cómo podemos conseguir una realidad diferente. Dentro de la izquierda y especialmente en las cúpulas dirigentes de muchos sindicatos y partidos, no faltan quienes piensan que eso es perfectamente posible dentro de este sistema capitalista corrupto y decadente; que la lucha no debe ser contra el capitalismo como sistema, sino contra determinadas manifestaciones y excesos de éste. Algunos van un poco más lejos y plantean luchar por reformas sociales que democraticen un poco más el sistema y distribuyan más justamente la riqueza.

Algunas de las organizaciones que luchan contra la globalización defienden que bastaría simplemente con evitar la globalización del capitalismo para solucionar estos problemas, como si globalización y capitalismo fuesen cosas distintas.  Proponen impuestos (Tasas…) a los capitalistas para disuadirlos de trasladar sus inversiones. O reivindican leyes que garanticen un mayor control de los estados sobre las empresas para garantizar que las multinacionales no impongan su voluntad y la búsqueda del máximo beneficio no lo determine todo.

Como si el origen del problema fuese el hecho de que se intensifiquen las relaciones económicas entre unos países y otros y no quién domina esas relaciones y se beneficia de ellas. Como si la esencia del capitalismo no fuese la explotación del hombre por el hombre y la necesidad de hacer lo más global posible esa explotación.

Contra las consecuencias de un determinado modelo de explotación capitalista, no tiene sentido luchar por volver a otro modelo de explotación capitalista anterior, sino acabar con la explotación definitivamente.  Un buen ejemplo de esa confusión que a veces existe en la izquierda, junto al intento de querer luchar contra la explotación pero no contra el capitalismo, es la de que nuestro objetivo en vez de construir una sociedad distinta debe ser recuperar el llamado “estado de bienestar” con alguna mejora más bajo el sistema hoy existente.

En realidad, ese modelo capitalista caracterizado por la intervención del estado en la economía y en algunos casos por ciertas concesiones sociales, fue el resultado de una situación irrepetible en la historia del capitalismo.

Los burgueses se vieron obligados a hacer concesiones ante las luchas revolucionarias de los trabajadores a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX y, especialmente, durante los años 30 y tras la II Guerra Mundial. Además, un auge económico de su sistema  como nunca se había visto antes (permitido por la destrucción ocasionada por la guerra mundial, los campos de inversión que abriría la reconstrucción posterior a ésta y toda otra serie de factores excepcionales) les permitió hacerlo.

Pero ¿por qué los capitalistas abandonaron un modelo que les había permitido acumular beneficios y tener estabilidad política y social? Pues precisamente porque ya no les ofrecía el volumen de beneficios que necesitaban y chocaba con las exigencias de la acumulación capitalista de la máxima ganancia posible. El pleno empleo, el trabajo fijo, los altos impuestos y elevados presupuestos necesarios para mantener l os gastos sociales, la existencia de un movimiento obrero fuerte y bien organizado, que conquistaba con su lucha subidas salariales y derechos laborales, provocaron en un determinado momento (sobre todo a partir de los años 70) la caída de los beneficios y la inversión por parte de los capitalistas y un incremento del desempleo que ha seguido creciendo hasta hoy. Los empresarios, para maximizar sus ganancias, empezaron a aplicar todas esas medidas laborales y sociales que hemos enumerado en los apartados anteriores.

El capitalismo es un sistema inestable por naturaleza, que funciona con períodos de auge y crisis constantes. En los periodos de crecimiento económico, los trabajadores sólo reciben migajas, y a veces ni eso (como en los momentos actuales).

A veces, aquellos que idealizan desde la izquierda, el período de auge capitalista previo a las burbujas financieras e inmobiliarias anterior al año 2007, cuando en agosto se derrumbó el castillo de naipes que representaba esa escalada de especulación comenzando en EEUU, con la esperanza y la aspiración de que esa etapa tendría que volver, olvidan que incluso una época tan importante como aquella, la de mayor y más prolongado crecimiento de la economía de los últimos ciclos, pero que se circunscribió a unos pocos países y se cimentó en gran medida sobre esa misma explotación brutal de los países atrasados por las grades potencias, como hemos comentado anteriormente, porque la pregunta es ¿Existió para la inmensa mayoría de la humanidad algo semejante al llamado “Estado de bienestar” que disfrutaron ciertas capas de los países enriquecidos?  (..continuará…)

ÁREA DE COMUNICACIÓN.

IZQUIERDA SOCIALISTA MÁLAGA-PSOE.A
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