21 de mayo de 2014

Clásicos del marxismo: "La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring", de Federico Engels

antiduhringLa producción teórica de Engels, fundador junto a Marx del socialismo científico, es extensa y genial. Ello no impide, sin embargo, destacar la singularidad de esta obra conocida popularmente como el Anti-Dühring, un texto capaz de condensar los fundamentos del marxismo en la filosofía, la economía política y el análisis materialista de la historia. Fue escrito por un revolucionario consecuente, que consideraba la teoría como un arma para la acción.
La filosofía, la cultura, el conocimiento científico y la tecnología, todos los extraordinarios avances del género humano producto del desarrollo de las fuerzas productivas y monopolizados por las clases poseedoras, fueron estudiadas por Marx y Engels para ponerlas al servicio de la transformación socialista. Desde entonces, los oprimidos contaron con un programa científico que entendía la evolución histórica como una lucha de clases ininterrumpida, y con una alternativa revolucionaria viable capaz de reemplazar al sistema capitalista.
Cultura y sociedad de clases
La postración de los trabajadores no se produce solamente en el puesto de trabajo a través de la explotación; existe también una opresión ideológica que la burguesía nos impone a través de sus ideas y su forma de ver el mundo. Como señalan Marx y Engels, la cultura y la ideología dominante en la sociedad de clases son siempre la cultura y la ideología de la clase que posee los medios de producción y el Estado.

Lenin consideró el Anti-Dühring, junto con El Manifiesto Comunista y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, un texto básico que no debía faltar a ningún obrero consciente. Engels escribía para los trabajadores y su método nada tenía que ver con el de muchos intelectuales, cuyo afán consiste en reproducir los tópicos de la sociedad capitalista utilizando de paso un leguaje ininteligible. Es cierto que comprender los fundamentos teóricos del marxismo requiere, como cualquier logro realmente valioso, esfuerzo, disciplina y tiempo. Y en eso, la genialidad de este libro es evidente, pues permite a los trabajadores familiarizarse con el socialismo científico de manera rigurosa.
El contexto político en que se escribió
No deja de ser curioso que este trabajo, tal y como Engels explica en el prólogo a la primera edición en junio de 1878, no sea en “modo alguno fruto de ningún irresistible impulso interior, al contrario”. De hecho, su autor se resistió durante bastante tiempo a las insistentes peticiones de Wilhelm Liebknecht —uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata alemán en 1869— para que respondiera a la “novísima teoría socialista” desarrollada por un profesor de la Universidad de Berlín, el señor Eugen Dühring. Su negativa obedecía a que consideraba las ideas expuestas por Dühring “insignificantes” y nada originales. Bajo el lenguaje pretencioso y retorcido, no había más que viejas concepciones como la existencia de dios o la reivindicación de un capitalismo más humano mediante una distribución social más justa y razonable de la producción.

Finalmente, Engels decide “hincar el diente en esa amarga manzana” por razones que nada tienen que ver con sus apetencias particulares y sí mucho con su compromiso militante. Una de ellas era ordenar y sistematizar, a través de la polémica, los aspectos esenciales del socialismo científico. La otra, responder a los numerosos abanderados de nuevos sistemas filosóficos que inundaban el panorama político de la izquierda alemana, amenazando con provocar confusión e incluso divisiones en el todavía joven partido socialdemócrata.
La dialéctica
En las páginas del Anti-Dühring, la dialéctica materialista es mucho más que un método científico para comprender el funcionamiento de la economía y la sociedad: es el martillo capaz de demoler las verdades, supuestamente eternas, de las clases opresoras. 

No es casual que el autor empiece abordando la filosofía, primera de las tres partes en las que se divide el libro, ni que se centre en el estudio de la naturaleza, puesto que no se trataba “de construir artificialmente, por proyección, las leyes dialécticas en la naturaleza, sino de encontrarlas en ella y desarrollarlas a partir de ella”. A través del estudio del tiempo y el espacio, de la física y la química, de la matemática, así como del mundo orgánico, Engels reivindica la dialéctica que Marx y él salvaron “de la filosofía idealista alemana, trasplantándola a la concepción materialista de la naturaleza y la historia”. 

Recorriendo los diferentes descubrimientos científicos de aquella época, confirma una de las leyes fundamentales de la dialéctica: “el movimiento es el modo de existencia de la materia”. El movimiento es cambio y se produce a través de contradicciones. Sobre esta base demostrará que un ser está vivo cuando a través de su relación con el mundo material que lo rodea (alimentación, reproducción, excreción…) cambia constantemente, a pesar de lo cual no deja de ser él mismo. La vida “consiste ante todo en que cada instante el ser vivo es él mismo y otro; y esto hasta el punto de que no puede existir si no es bajo esta contradicción”.

Tras confirmar las leyes del materialismo dialéctico en la naturaleza, Engels aplica estas misma leyes al estudio de la sociedad, demoliendo la reaccionaria teoría filosófica, defendida entre otros por Dühring, de que existe una moral eterna, una supuesta moral absoluta que no por casualidad es, en cada momento histórico, la de la clase dominante.
En la segunda sección del libro, dedicada a “las leyes que rigen la producción y el intercambio de los medios materiales de vida en la sociedad humana”, Engels aborda aspectos como la teoría de la violencia y el poder, el trabajo simple y el trabajo compuesto, la renta de la tierra... Pero, sobre todo, realiza el mejor de los tributos políticos a Marx, explicando de forma comprensible y precisa el extraordinario descubrimiento que supone la comprensión de la plusvalía, sobre lo que escribió: “De esta solución data, y en torno a ella se articula, el socialismo científico”.
El marxismo, como doctrina revolucionaria del proletariado, no se basa en una justa indignación ética sino en la comprensión científica del funcionamiento de la sociedad de clases y su dinámica: “Esta apelación a la moral y al derecho no nos ayuda a avanzar científicamente ni una pulgada; la ciencia económica no puede ver un argumento, sino sólo un síntoma… Su tarea consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencias necesarias del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo, como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económica que está en disolución, los elementos de la futura, nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males”.
La ciencia al servicio de la clase obrera
En la tercera parte del libro, Engels reivindica el socialismo sobre una sólida base científica, que “parte del principio de que la producción, y, junto con ella, el intercambio de sus productos, constituyen la base de todo orden social... las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas...”. En definitiva, la lucha de clases como pilar de la concepción materialista de la historia.
A pesar de los años transcurridos, en el siglo XXI existen también muchos señores Dühring, que pretenden vendernos viejas ideas con envoltorios nuevos. Por eso la Fundación Federico Engels edita ahora este libro. No estamos ante una vieja pieza de museo que el paso del tiempo ha convertido en una reliquia. Esta obra es una herramienta para el combate que hoy sostenemos los revolucionarios en el seno de las organizaciones obreras. Aspectos como las nacionalizaciones hechas en interés de los capitalistas, la naturaleza de las crisis de sobreproducción, o una crítica demoledora a quienes intentan resolver la opresión de los trabajadores a través de la utilización del Estado y sus instituciones, están muy presentes en las páginas de este libro maravilloso. Incluso encontraremos propuestas, desde una posición marxista, para asegurar un desarrollo armonioso y equilibrado entre la industria y la naturaleza, un aspecto que, en las circunstancias actuales, adquiere una importancia vital.
Leyendo este libro comprendemos aún más profundamente el motivo por el que la burguesía niega a la clase obrera el acceso al conocimiento más allá de los rudimentos necesarios para incrementar su productividad; por qué, a pesar de haber transcurrido más de un siglo, Marx y Engels siguen siendo dos proscritos en los templos del saber del capital. La obra de estos dos hombres extraordinarios permite entender por qué la clase obrera, considerada como mera carne de explotación por la burguesía, alberga en realidad el poder de transformar el mundo.
Todo cambia, nada es eterno salvo el movimiento. Al igual que en su momento ocurrió con la sociedad esclavista y feudal, el capitalismo se ha convertido en un freno objetivo para el avance de la sociedad contemporánea y debe ser superado. Pero, en esta ocasión, la nueva sociedad no encumbrará al poder a una nueva clase de explotadores. La clase obrera puede asumir una misión histórica que ninguna otra pudo hacer con anterioridad: acabar con la división clasista de la sociedad. Un nuevo horizonte en el que el trabajo “en vez de ser un medio de servidumbre se hará un medio de la liberación de los hombres, al ofrecer a todo individuo la ocasión de formar y ocupar en todos los sentidos todas sus capacidades físicas y espirituales, y dejar así de ser una carga para convertirse en una satisfacción”.
BÁRBARA AREAL. 

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