6 de marzo de 2013

RESPUESTA A LA CARTA DE MARIO SALVATIERRA.



Estimado amigo:

Contesto a su carta publicada en el blog de Izquierda Socialista de Málaga.
 Al leer sus palabras, y el acertado análisis de la realidad que salía de ellas, he pensado que serían capaces de sacarme del abatimiento y la confusión que sufro desde hace un tiempo, como posiblemente muchos de mis conciudadanos, muchos de mis ex compañeros de partido y muchos de mis, desde hace unos días, ex compañeros de sindicato.

Acepto el análisis sobre el desencanto y la indignación que genera Europa, igual que aplaudo su claridad para plantear el problema de los nacionalismos. Llegando al final de su carta he empezado a notar que la confusión se apoderaba de mi mente, no sé si de sus palabras. Esperaba una solución brillante, aunque sé que a nadie podemos pedir un milagro semejante en estos momentos, porque usted me había generado la dosis necesaria de esperanza. No ha sido así, la sociedad actual está enredada y el sistema está tan enredado como ella, es un nudo gordiano del que saldremos de una manera o de otra, pero creo que con ninguna de las soluciones que usted quiere adelantar.

El tiempo apremia y la reacción del partido socialista (ya somos muchos los que dudamos de ese nombre) se hace esperar, demasiado, porque quienes controlan el aparato frenan para que nada se mueva, y quienes intentamos que se mueva (quizá las bases) nos sentimos impotentes, como si intentásemos mover una montaña. Algo similar ocurre con los sindicatos de clase, se han acomodado tanto a un ritmo mortecino y burgués, que no ofrecen más alternativa que el continuismo, mientras se desangran en un continuo goteo de bajas de afiliados, que a nadie parece importarle. Y no es cierto que la culpa sea solo de los ataques neoliberales, no es cierto, porque la mala imagen que arrastran se la han ganado a pulso y se la están ganando cada día.

Vivimos unos tiempos tan convulsos, de tanto sufrimiento, de tanta rabia, que ya no es momento de palabras que diseñan estrategias, ya no es tiempo de lamentos confusos, ya no hay lugar para remozar lo que necesita una reforma completa. Es tan acuciante la necesidad de respuesta, que piden a gritos los ciudadanos, que no se puede hacer otra cosa que dejar de escondernos detrás de las siglas y salir a la calle para gritar con ellos. La mayoría, así lo estamos haciendo, mientras que los aparatos sindicales y políticos del socialismo -que no es tal, que es socialdemocracia- se dedican a sujetar los muros de la casa para que no se desplomen.

Mientras no exista una voz contundente que sea capaz de sacar a los auténticos socialistas a la calle, para mezclarse entre la gente, sin avergonzarse de las siglas, no habrá solución. Mientras lo políticos estrella no se manchen con el sufrimiento de la calle, nadie creerá en ellos. Se acabaron los tiempos de las palabras adornadas, de los maquillajes que únicamente disimulan la vergüenza. Es el momento del grito, de la rabia, de la denuncia contundente y el arrepentimiento por la forma en la que nos hemos dejado arrastrar por los acontecimientos. La gente en los trabajos no cree en los sindicatos, los ciudadanos no creen en los políticos. Muchos sindicalistas hemos dejado creer en nuestro propio sindicato, porque nos vende a la mínima, como en el caso de la Administración del Estado, donde unos pocos liberados (si, liberados) en Madrid, nos han vendido a todos, con nocturnidad y alevosía, firmando un acuerdo con la Administración por el que borran de golpe todas las secciones sindicales de los centros. ¿Qué democracia sindical es esta? ¿Bajo qué componendas nos dirigen? Y no conformes con firmar un acuerdo a espaldas de todos, nos lo ocultaron y en algunas provincias no supimos nada de su existencia hasta pasadas dos semanas.  Esto es fruto de las medidas neoliberales, si, pero amparadas por nuestros propios dirigentes sindicales y políticos.

Es hora de llamar a las cosas por su nombre, dejarse de paños calientes, de remiendos ridículos. Es el momento de ser contundentes, de lanzar frases como bombas en el Parlamento o en los medios de comunicación, como hacía Pablo Iglesias. Vivimos un momento histórico y los momentos históricos no son para los mediocres, son para quienes se dejan la piel y ponen en riesgo su vida defendiendo su ideología y su dignidad a gritos, codo con codo con nuestros convecinos, con el sufrimiento de los desahuciados, con la angustia de los parados que ven acercarse el abismo de la miseria. Ya no es momento para políticas de ajedrez, ni para estrategias de ejecutivos asépticos. Este es tiempo de sudor, de dolor, de vértigo y la mayoría dudamos que quienes nos dirigen, en el partido o en el sindicato, estén para sufrir, para sudar o para vivir el vértigo.

Y mientras ustedes hablan de esas cosas sobre el tapete, la sociedad no duerme, no está anestesiada, se está moviendo lentamente, por las bases, reorganizándose, manifestándose, planteando salidas desde abajo, para regenerarlo todo o para romperle las costuras a un sistema que se niega a reconocer sus errores y que no quiere replantearse su existencia seriamente. Cuando nos demos cuenta, habrán surgido movimientos en todos los centros de trabajo, en todas las calles, de forma espontánea, uniendo a personas desencantadas con otros que nunca estuvieron encantadas y se empezará a construir una sociedad nueva, inevitablemente, con la fuerza imparable que siempre genera lo nuevo. Esto es un cambio de paradigma, esto es un pulso entre lo nuevo y lo viejo. Y el viejo paradigma se vacía por la línea de fuga donde están saliendo del sistema los ciudadanos, a puñados, a oleadas. Ya no es tiempo de maquillajes, es el momento de que cada uno se plantee si permanece con lo viejo o se embarca en la aventura vertiginosa de construir una nueva sociedad, con nuevos mimbres, un paradigma nuevo.

Un saludo.
Jesús del Río Martín.

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