20 de julio de 2010

HISTORIA: La crisis del franquismo (*)

La crisis del régimen franquista era total. Tanto en los campos de la política,
de la economía, como en lo social e incluso cultural, el deterioro
era terminal. La incertidumbre ante el futuro era agobiante. La tensión
se palpaba en el ambiente. El descontento era general. Ninguna de las
clases sociales en litigio tenía claro quién prevalecería. Las clases medias
empezaban a girar a la izquierda. El movimiento sindical libre se
empezaba a recomponer, así como el movimiento ciudadano.

El instinto de clase hacía que la mayoría luchara por un cambio,
por una vida mejor, por avanzar en las conquistas de las libertades,
de mejores rentas salariales, de mejor calidad de vida. En Campanillas,
al igual que en miles de pueblos y comarcas del Estado, ya a mediados
de 1976 hacía varios meses que existía un embrión de coordinadora
que la componíamos algunos trabajadores de diversas cerámicas,
sector industrial predominante en esta barriada, que se
empezaba a contagiar de las durísimas luchas de la textil Intelhorce,
de la construcción, de hostelería, que eran la vanguardia del movimiento
obrero malagueño en esa época.

La crisis general de 1973-74 desató un proceso de inflación muy
fuerte, llegando a soportarse por los trabajadores subidas del IPC del
orden del 20-22% en cifras oficiales y pese a los maquillajes del sistema,
llegando a la cota máxima del 26,4% en 1977, que en realidad
eran más altas, lo que producía un malestar permanente entre la clase
trabajadora, pues la inflación devoraba materialmente los salarios,
notándose casi mes a mes. La subida del pan en el primer trimestre
de 1976 alcanzó el 40%.

El paro obrero llegó a la cifra de un millón, cuando en 1973 el número
de desempleados era sólo de 300.000, es decir, en menos de tres años se había incrementado más de un 300%. La evasión de capitales
era el deporte preferido de los capitalistas; en los cinco primeros meses
de 1976, la fuga de capitales alcanzó la abultada cifra de 60.000
millones de pesetas (de las de entonces).

La industria era saqueada y descapitalizada a mansalva, con una
fuerte huelga de capitales. Esto provocó que a partir de 1975 la inversión
productiva, que es el dato donde se refleja la creación o destrucción
de puestos de trabajo, cayera un 4%. Ante tal bancarrota, el INI
(Instituto Nacional de Industria) tuvo que sostener una enorme cantidad
de empresas que iban a la quiebra. En 1976, hubo que inyectar
más de 115.000 millones para paliar la crisis del Estado que se derrumbaba,
con sus estructuras roídas y esquilmadas por los propios
capitalistas, que lo estaban saqueando ante el temor de un inminente
cambio de régimen.

La burguesía estaba aterrada por la situación y por el avance del
movimiento obrero, que conquistaba sus derechos a golpe de movilizaciones
y luchas, sobre todo cuando todavía estaba cerca el ejemplo
de la Revolución de los Claveles en Portugal hacía sólo dos años, que
contagió a parte del Ejército y desarrolló un núcleo —la clandestina
UMD (Unión Militar Democrática), creada en agosto de 1974 por oficiales
de izquierdas— que conectaba con la psicología de la tropa y
que estaba predispuesto a apoyar al pueblo en una ruptura radical
con el sistema. En el momento de su desarticulación por la dictadura,
la UMD contaba, entre oficiales y suboficiales del ejército, con más
de 200 personas, y tenía ramificaciones hasta en el seno de la Guardia
Civil, donde el famoso Sindicato Unificado de la Guardia Civil
(SUGC), muy combativo, estuvo luchando por su legalización durante
muchos años.

Aquellos luchadores por la democracia y la libertad fueron expulsados,
represaliados y algunos encarcelados y muchos de ellos continuaron
su lucha pasando al frente político y sindical, como Carlos
Sanjuán de la Rocha, que había sido comandante jurídico de la Armada,
siendo represaliado por motivos políticos y llegó a ser secretario
general de la UGT en Málaga. También ocupó cargos de dirección
como miembro muy destacado del PSOE, uno de los pocos que en la
actualidad, y con más de treinta años de lucha a sus espaldas, continúa
en activo, al que también tenemos que reconocerle, con sus errores
y sus aciertos, el valiente apoyo y defensa de algunos sindicalis
tas represaliados por el régimen por estar afiliados a UGT y que habíamos
sido denunciados por la patronal cerril del momento como
“elementos peligrosos”. Por cierto, que uno de los “empresarios cerriles
del momento”, en calidad de asesor más influyente, era Don
Juan Jiménez Aguilar, que aprendió tanto de democracia en aquellas
luchas que lo hicieron secretario general de la gran patronal CEOE
(Confederación Española de Organizaciones Empresariales), cargo
que todavía ostenta.

Hubo momentos del proceso en que pequeños sectores productivos,
como el nuestro, dieron un salto cualitativo en la lucha, dejando
de ser un sector atrasado donde durante años no se movía nada, no
se revisaban los convenios, sino que alguna vez que otra se otorgaban
algún alza salarial de acuerdo con los criterios de las comisiones paritarias
del Vertical (nombre dado al sindicato franquista), que eran
unas figuras que representaban una pantomima de representación laboral
dominadas por la patronal.

Esta situación desagradaba cada vez más a muchos trabajadores
porque la inflación se comía los salarios, y dio comienzo la contestación,
la reclamación y el malestar, iniciándose un activismo de los
más inquietos y que primero tomaban conciencia de la grave situación
social del momento, ante una dictadura a la que se le había
muerto el dictador un año antes y donde la falta de libertades nos asfixiaba,
donde todo estaba prohibido, donde el despotismo de la patronal
y la situación del régimen eran ya caóticas.

La moribunda legalidad del sistema autoritario no se atrevió a impedir
que UGT, en abril de 1976, realizase en el barrio madrileño de
Cuatro Caminos, su XXX Congreso Confederal, que representó un
hito histórico y un espaldarazo a la lucha y la presión por la legalización
del sindicalismo de clase, pues se trataba del primer congreso de
un sindicato libre desde el golpe de Estado franquista.

En abril de 1977 fueron legalizados los sindicatos de clase, y por
esas mismas fechas el PSOE recibía luz verde para funcionar como
partido legal. Al Partido Comunista de España (PCE) lo legalizaron
coincidiendo con la Semana Santa, y el pueblo rumoreaba que habría
sido para coger a la burguesía más reaccionaria rezándole a sus santos
en El Escorial.

A partir de esas fechas se empezaron a abrir públicamente las Casas
del Pueblo. UGT de Málaga instaló la suya en un viejo caserón
destartalado en el Pasillo de Atocha, donde permaneció algún tiempo
antes de trasladarse a la calle Diego de Vergara y posteriormente
a la sede actual.

En los primeros meses, de febrero a julio de 1977, el compañero
Manuel Montoro, un veleño duro, veterano luchador por la República
durante la Guerra, socialista honrado a carta cabal y firme en sus
ideales largocaballeristas, que militaba en la Agrupación Socialista de
Miraflores y que había sido elegido para el cargo de secretario de Administración
de la Federación de la Construcción, Madera, Cerámica
y Cementos de UGT de Málaga —que es como se llamaba el sindicato,
semiclandestino hasta aquellos momentos— no daba abasto a admitir
afiliaciones. Estaba eufórico de la avalancha de gente que acudía
a sindicarse, de las luchas de todos los sectores, de la capacidad
organizativa que iba alcanzando la clase obrera, de la iniciativa de los
trabajadores al construir sus secciones sindicales.

Miles de trabajadores pedían la entrada en UGT y en otros sindicatos,
como CCOO. El carnet de UGT costaba 100 pesetas por la afiliación
y el de CCOO lo entregaban por 50 pesetas. Se afiliaban fábricas
casi completas. Miles de obreros entraban en masa a estas nuevas
organizaciones recién legalizadas, que pasaron de tener unos 500.000
afiliados en todo el Estado, al comienzo de 1977, a cerca de cinco millones
en 1978.

La euforia y la efervescencia social del movimiento sindical, recién
conquistadas las libertades, los derechos de reunión, sindicación,
manifestación, petición y huelga, empujaron el avance en el proceso
de las conquistas de las libertades políticas, que acabó yendo más allá
de lo que a la burguesía le hubiera gustado, pero no llegó tan lejos
como los líderes políticos de la izquierda hicieron creer a las masas,
pues fuerzas había de sobra para que se produjese la ruptura con el
viejo sistema.

En abril de 1977, Suárez convocó las elecciones generales, tan reclamadas
por el pueblo en su conjunto. Las condiciones para la burguesía
eran muy ventajosas respecto a las de los partidos obreros, sin
apenas recursos económicos ni locales —reclamaban el patrimonio
expoliado por Franco, devuelto, aunque sólo en parte, muchos años
después—, y con el reflejo de un miedo atroz por parte de las direcciones
de las izquierdas al proceso de involución latente en ciertos
sectores de la casta militar más reaccionaria y de los capitalistas que
más habían medrado durante la dictadura, muchos de los cuales tenían
preparados “escuadrones de Fuerza Nueva”, con la clara intención
de volver a las andadas.

El histórico 15-J, con un ambiente muy caldeado por parte de las
masas, se celebraron las elecciones. UCD (Unión de Centro Democrático),
encabezada por Suárez, obtuvo el 34,7% de los votos y AP, dirigida
por Fraga, el 8,2%. Esto sumaba un total del 42,9% de voto de
derechas. El PSOE sacó un 30%, que junto con el 4,5% del PSP de
Tierno Galván y el 9,2% del PCE daban un total del 43,7% de votos
de izquierdas, superando claramente a la derecha.
Sin embargo, la división de la izquierda y el machaqueo de los
medios de comunicación — reivindicando la necesidad del “centro”
y llamando a la calma y a la moderación— hizo que, sin gran controversia
por parte de las direcciones obreras, se optase por dejar que
Suárez formase gobierno.

La burguesía, que controlaba los medios de difusión de masas,
hizo creer a todos que había ganado limpiamente Suárez, la democracia,
el centro. El Rey encargó la formación de Gobierno a Suárez, bastante
animado, pues todo le estaba saliendo bien. La izquierda, desunida,
lo asumió y las direcciones llamaban una y otra vez a la calma,
para que la lucha obrera se detuviera.

Pese a que el sistema electoral favorece a la derecha porque en las
provincias más atrasadas y con menos población, fieles a ella, se requieren
muchísimos menos votos para sacar un diputado que en las
provincias industriales y más pobladas, proclives a la izquierda, por
si acaso algo no salía como estaba previsto se recurrió a los “40 principales”
—senadores nombrados a dedo por la Corona, como herederos
del anterior sistema— para garantizar el control del Senado por
la derecha, lo que en cualquier país europeo democrático hubiese
sido ya de por sí una aberración y no se hubiese podido dar. Esta es
la prueba de que la democracia “a la española” tuvo defectos de forma
muy garrafales y trágalas que ahora nos parecen inconcebibles.
Algunos historiadores críticos la describen como una “democracia
otorgada o tutelada” y otros eufemismos que indican que, desde el
principio, las jugadas no estuvieron del todo limpias y que, por tanto,
muchos de aquellos polvos trajeron estos lodos.

Entre los activistas y luchadores que iban surgiendo había diversas
ideologías, que luego se fueron definiendo: unos se apuntaban a
las Comisiones Obreras (CCOO), que era al inicio el sindicato mayoritario,
influidas por el Partido Comunista de España (PCE). En Campanillas
surgió de su seno una especie de escisión que tomó el nombre
de Plataformas de Luchas Obreras (PLO), de tendencia maoísta,
cuyas tácticas muy radicales y combativas provenían del Partido Comunista-
Unidad Roja (PC-UR); se comenzó a construir el Sindicato
de Tejas y Ladrillos de la UGT, donde existían compañeros que reflejaban
las dos tácticas políticas del socialismo, pues unos eran partidarios
del PSOE (renovado), bajo la influencia de los “renovadores” de
Suresnnes y cuya dirección estaba en el interior, y otros del PSOE
(Histórico), que seguían la táctica del exterior, es decir, de los partidarios
de Llopis, cuya dirección estaba en Francia. También había
compañeros que se identificaban como anarquistas (CNT) aunque
muy minoritarios, y alguna vez que otra había alguna voz que se decía
de la Confederación Sindical Unitaria de Trabajadores, la famosa
CSUT, que tuvo mucha fuerza en la construcción, pero que en los tejares
apenas existía, con una fuerte influencia del beligerante Partido
del Trabajo de España (PTE) y la Joven Guardia Roja, de Pina López
Gay, que tenía mucho renombre en otros sectores. El sector mayoritario
eran trabajadores independientes que se empezaron a unir a la
lucha, pero que no querían pertenecer a ningún sindicato en concreto,
e incluso rechazaban las influencias de los representantes políticos,
porque las tácticas eran muy diversas y creaban gran malestar a
la hora de la acción, distorsionando el debate en el momento de la
toma de decisiones, que, como habitual en la vorágine de la lucha,
era: asamblea, debate y votación puño en alto(...)

.../...

(*) Extracto del libro REBELIÓN OBRERA EN TEJAS Y LADRILLOS.
Autor: José Martín Rodríguez
(Alias: Pepito La Huerta).
http://www.fundacionfedericoengels.org/

No hay comentarios:

Publicar un comentario