31 de diciembre de 2009

LAS MULTINACIONALES CAPITALISTAS BUSCAN SACAR MÁS BENEFICIOS PARA UNOS POCOS(PARTE III).

Las multinacionales dicen estar preocupadas, pero no por el calentamiento global, sino por sus posibilidades de hacer negocios cada vez más lucrativos. A finales de 2007 tuvimos dos acontecimientos relevantes: la concesión del Premio Nobel para Al Gore y los científicos del IPCC, y la Cumbre de Bali para ver si actualizaban los acuerdos de Kioto.


Al Gore, actual adalid de la lucha contra el cambio climático, tiene el dudoso honor de haber sido el que forzase en Kioto a rebajar la reducción de emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) a la atmósfera. La UE pedía el 15%, pero EEUU la bajó hasta el 5,2%. Después hicieron algo peor: destruyeron el acuerdo. La mayoría insistió en que se hiciese en sus respectivos países. EEUU, con Gore a la cabeza, planteó que los países ricos pudiesen comprar las reducciones a otras naciones. Cuando este acuerdo se aprobó, se creó un enorme mercado, el mercado de los bonos de carbono (ETS), que en realidad es un mercado de reducciones falsas.

El ETS funciona sobre la base de asignar cuotas a las empresas. Si una empresa no gasta su cuota, puede vender ese sobrante a las empresas que sí rebasaron el cupo que les fue asignado. Por su dinamismo, el mercado de bonos de carbono se está convirtiendo en uno de los espacios de especulación más grandes del mundo. Por eso no sorprende que la Asociación Internacional de Transacciones de Emisiones, el lobby principal de los especuladores en el mercado mundial de bonos de carbono, haya sido uno de los organismos con mayor presencia en la Cumbre de Bali.


Se han intercambiado bonos de carbono por 30.000 millones de dólares en el ETS. Pero el sistema de mercado de bonos de carbono ha sido un fracaso para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero: entre 2001 y 2004 las emisiones de GEI en Europa crecieron un 3% y en 2006 el aumento fue de 1,5%.


Por otro lado, aprovechando el miedo que se está empezando a generar entre la población, surgen proyectos como el de echar partículas de hierro en las Islas Canarias para disparar el florecimiento del fitoplancton y de ese modo absorber más CO2 de la atmósfera y otras similares. Es decir empresas dedicadas a proyectos de geoingeniería tratan de sacar tajada de la situación. Cualquier experimento para alterar la estructura de los océanos o de la atmósfera puede provocar algo peor de lo que se trata de corregir.


El último informe del IPCC representa un avance respecto de la indefinición anterior, pero parte de una premisa falsa. En él se responsabiliza a la emisión de gases producida por la infraestructura técnica que hay en el planeta y acusa a la actividad humana en general de todos los males, sin atacar el fondo del problema: el sistema capitalista.


El capitalismo, con tal de producir ganancias para una minoría de parásitos, no tiene problema en contaminar lo que sea. El efecto lógico de la explotación de los trabajadores por los capitalistas es la destrucción del medio ambiente. El sistema capitalista tiene su lógica en producir al costo que sea y destruyendo lo que sea, seres humanos o el mismo planeta. Por lo tanto, es imposible que las multinacionales capitalistas, que disfrutan de los beneficios de esta expoliación, se decidan a cambiar drásticamente la situación.


Se viene debatiendo ampliamente sobre este problema y existe un consenso científico que el clima global se está viendo alterado de manera importante agudizándose desde el siglo pasado, como consecuencia del incremento de concentraciones de gases de efecto invernadero, tales como el dióxido de carbono, metano, óxidos nitrosos y clorofluorocarbonos.


Uno de los impactos que el uso de combustibles fósiles ha producido sobre el medio ambiente terrestre ha sido el aumento de la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. La cantidad de CO2 atmosférico había permanecido estable, aparentemente durante siglos, pero desde 1750 se ha incrementado en un 30% aproximadamente. Lo significativo de este cambio es que puede provocar un aumento de la temperatura de la Tierra a través del proceso conocido como efecto invernadero. El dióxido de carbono atmosférico tiende a impedir que la radiación de onda larga escape al espacio exterior; dado que se produce más calor y puede escapar menos, la temperatura global de la Tierra aumenta

Se estima que los patrones de precipitación global, con lluvias ácidas y otras distorsiones atmosféricas, también se ven alterados como respuesta a lo anterior. Existe un cierto acuerdo general sobre estas conclusiones, pero hay una incertidumbre con relación a las magnitudes y las tasas de estos cambios a escalas regionales y mundiales.


Asociada también al uso de combustibles fósiles, la acidificación se debe a la emisión de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno por las centrales térmicas y por los escapes de los vehículos a motor. Estos productos interactúan con la luz del Sol, la humedad y los oxidantes produciendo ácido sulfúrico y nítrico, que son transportados por la circulación atmosférica y caen a tierra, arrastrados por la lluvia y la nieve en la llamada lluvia ácida, o en forma de depósitos secos, partículas y gases atmosféricos.


Los expertos afirman que se están produciendo importantes alternaciones en los ecosistemas globales asociados a estos potenciales cambios que irán en aumento si no se toman medidas adecuadas que bajo el capitalismo especulador es difícil de encontrar ya que los ecologistas advierten en trabajos científicos realizados que los rangos de especies arbóreas, podrán variar significativamente como resultados del cambio climático global que se está operando ya por lo que las medidas debieran estar siendo aplicadas de forma científica y globalmente planificada en beneficio de la humanidad y no de unos cientos de multinacionales privadas que no se pueden poner de acuerdo para un plan debido a su sistema de beneficio privado y competencia feroz.


Si analizamos la situación del planeta a partir de 1970, por coincidir con éste el primer año en que se declaró el “Día de la Tierra”, se han perdido desde entonces 300 millones de zonas de árboles, los desiertos se han extendido en más de 220 millones de hectáreas, miles de animales y plantas se han extinguido y el planeta se deteriora vertiginosamente. Cada año se emiten a la atmósfera más de 50.000 millones de toneladas de gases contaminantes. La erosión del suelo se está acelerando en todos los continentes y está degradando unos 2.000 millones de hectáreas de tierra de cultivo y de pastoreo, lo que representa una seria amenaza para el abastecimiento global de víveres. Cada año la erosión de los suelos y otras formas de degradación de las tierras provocan una pérdida de entre 5 y 7 millones de hectáreas de tierras cultivables. En el Tercer Mundo, la creciente necesidad de alimentos y leña han tenido como resultado la deforestación y cultivo de laderas con mucha pendiente, lo que ha producido una severa erosión de las mismas.


Para complicar aún más el problema, hay que tener en cuenta la pérdida de tierras de cultivo de primera calidad debido a la industria, los pantanos, la expansión de las ciudades y las carreteras. La erosión del suelo y la pérdida de las tierras de cultivo y los bosques reducen además la capacidad de conservación de la humedad de los suelos y añade sedimentos a las corrientes de agua, los lagos y los embalses. El planeta Tierra está experimentando también un progresivo descenso en la calidad y disponibilidad del agua. En el año 2000, en torno a 508 millones de personas vivían en 31 países afectados por escasez de agua y, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente 1.100 millones de personas carecían de acceso a agua no contaminada. En muchas regiones, las reservas de agua están contaminadas con productos químicos tóxicos y nitratos. Las enfermedades transmitidas por el agua afectan a un tercio de la humanidad y matan a 10 millones de personas al año. Después de nueve años, la situación se sigue agravando lo que indica que el capitalismo no puede dar respuesta a las calamidades que su propio sistema produce. Cerca de 3.000 millones de personas tienen dificultades para alimentarse dignamente y más de 1.500 millones sufren enfermedades y hambrunas terribles.


Es cierto que existen controversias e incertidumbres con respecto a las implicaciones del cambio climático global y las respuestas de los ecosistemas, pero la tendencia global es que se puede traducir el proceso en un desequilibrio económico cada vez más pronunciado, siendo de vital importancia en países que dependen fundamentalmente de recursos naturales que son explotados vorazmente por la especulación capitalista sin control alguno.


Lo que resulta más grave es el impacto directo sobre los seres humanos, que puede tener consecuencias como la expansión de enfermedades infecciones tropicales y de otra índole, puede afectar en los incrementos de las inundaciones de terrenos costeros arrasando ciudades enteras, tormentas más virulentas e intensas que pueden provocar la extinción de incontables especies de animales y plantas, así como fracasos de cultivos en zonas vulnerables, incrementos de las sequías, avances de zonas desérticas y demás catástrofes medio ambientales que producirán hambrunas y mortandad terribles para la humanidad.

En las décadas de 1970 y 1980, los científicos empezaron a descubrir que la actividad descontrolada del sistema caótico capitalista estaba teniendo un impacto negativo sobre la capa de ozono, una región de la atmósfera que protege al planeta de los dañinos rayos ultravioleta. Si no existiera esa capa gaseosa, que se encuentra a unos 40 km de altitud sobre el nivel del mar, la vida sería imposible sobre nuestro planeta. Los estudios mostraron que la capa de ozono estaba siendo afectada por el uso creciente de clorofluorocarbonos (CFC, compuestos de flúor), que se emplean en refrigeración, aire acondicionado, disolventes de limpieza, materiales de empaquetado y aerosoles. El cloro, un producto químico secundario de los CFC ataca al ozono, que está formado por tres átomos de oxígeno, arrebatándole uno de ellos para formar monóxido de cloro. Éste reacciona a continuación con átomos de oxígeno para formar moléculas de oxígeno, liberando moléculas de cloro que descomponen más moléculas de ozono. El adelgazamiento de la capa de ozono expone a la vida terrestre a un exceso de radiación ultravioleta, que puede producir cáncer de piel y cataratas, reducir la respuesta del sistema inmunitario, interferir en el proceso de fotosíntesis de las plantas y afectar al crecimiento del fitoplancton oceánico.

El uso extensivo de pesticidas sintéticos derivados de los hidrocarburos clorados en el control de plagas, introducidos por las multinacionales sin un control exhaustivo comprobado para analizar el comportamiento en la salud de la humanidad, ha tenido efectos colaterales desastrosos para el medio ambiente y para la salud de los seres humanos, en particular para los jornaleros y campesinos que trabajan en los invernaderos. Estos pesticidas organoclorados son muy persistentes y resistentes a la degradación biológica. Muy poco solubles en agua, se adhieren a los tejidos de las plantas y se acumulan en los suelos, el sustrato del fondo de las corrientes de agua y los estanques, y la atmósfera. Una vez volatilizados, los pesticidas se distribuyen por todo el mundo, contaminando áreas silvestres a gran distancia de las regiones agrícolas, e incluso en las zonas ártica y antártica.


Aunque estos productos químicos sintéticos no existen en la naturaleza, penetran en la cadena alimentaria o directamente en los pulmones de los campesinos. Los pesticidas son ingeridos por los herbívoros o penetran directamente a través de la piel de organismos acuáticos como los peces y diversos invertebrados. El pesticida se concentra aún más al pasar de los herbívoros a los carnívoros. Alcanza elevadas concentraciones en los tejidos de los animales que ocupan los eslabones más altos de la cadena alimentaria, como el halcón peregrino, el águila y el quebrantahuesos. Los hidrocarburos clorados interfieren en el metabolismo del calcio de las aves, produciendo un adelgazamiento de las cáscaras de los huevos y el consiguiente fracaso reproductivo. Como resultado de ello, algunas grandes aves depredadoras y piscívoras se encuentran al borde de la extinción



Todas esos estudios y conclusiones son conocidos por todos los gobiernos del mundo y ha llevado incluso a tomar algunas medidas expresadas en numerosos estudios y conferencias cumbres, como el tan manoseada e incumplido Protocolo de Kyoto que ha fracasado rotundamente y ahora se han reunido de nuevo en Copenhague con el objetivo de firmar un nuevo tratado que recuerde lo acordado en Kyoto en 1997, con un estruendoso fracaso aún mayor.


Un equipo de economistas dirigidos por Nicholas Stern ha calculado a cuánto ascendería la factura de colaboración en materia climática, estimándolo en 50.000 millones de dólares al año, que tendrían que gastar los estados industrializados para contribuir a consolidar los pasos dados por los en vías de desarrollo, pero hacer esa aportación, es inviable bajo el sistema capitalista del lucro privado, como hemos comprobado en la vergonzosa puja a la baja de las grandes potencias, que han barajado solamente cantidades de entre 8 y 10.000 millones de dólares, lo cual es absolutamente insuficiente...

Continuará.../...

Próximo artículo: LA CUMBRE DE COPENHAGUE.

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